cuando
descanso sobre un verso
y
necesito encontrar las palabras justas
para
que en la textura del poema
se
perciban las fibras de mi piel.
Persigo el desenfado de la lucidez
y
el despego de frases ajenas
que,
en su gusto,
me
tientan al apoderamiento;
porque
la genialidad se inscribe
y
marca en lo recóndito,
más
allá de nuestro dominio.
Conquisto
epítetos narcóticos
para
el género,
manejables sobrenombres de la agrura
que confunden las virtudes,
y ciertas robusteces concisas
que me regalan los baratos epitafios
manejables sobrenombres de la agrura
que confunden las virtudes,
y ciertas robusteces concisas
que me regalan los baratos epitafios
con
los que, aun en vida,
me
van amortajando con sus miedos
los
vulgares adversos.
Concibo
el contoneo de las sigilosas humedades,
la oscilación de los signos,
la oscilación de los signos,
ensortijando
las faltas
sobre las ausencias que se aspiran.
Me desacompaña el oxígeno
sobre las ausencias que se aspiran.
Me desacompaña el oxígeno
y
algunos reclamos
cuando apenas sé dialogarme
cuando apenas sé dialogarme
cierto
convencimiento
para
explicarme la fragilidad
—esa
hija escrupulosa de la inconsistencia.
No quiero
decir excelsitud o arrebol
en
una ciudad sin contornos
en
su desnudez de ocultaciones,
vehemente
en los azules vicios tropicales
que
arrollan la Isla.
Al
fragor de los crepúsculos
aguzo los sentidos
aguzo los sentidos
que
enaltece las groserías
de
un bestialismo infausto,
y
sufro estos horribles derrumbes…
La
incógnita dispersa
mi
proceder intangible
en
el mineral fantástico del tiempo
y
un fango atemporal
me
adhiere a los delirios.
Pichy
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